La Sangrienta Cacería o como fue que conseguimos el motor de Pinocho
por Juan José Díaz Infante

1935, Zitácuaro, Hidalgo
Dedicado al tío Poncho.


Estábamos acabando de cenar unas deliciosas conchas remojadas en atole "¡Vámonos! Que se hace tarde, ya son casi las diez", dijo José Luis de manera apresurada tomando su escopeta.

Unos minuto después, en la sierra, en algún lugar oscuro y polviento como la fregada entre la ranchería de San Isidro y Piedras Negras, un grupo de 4 muchachos terriblemente citadinos se disponía a experimentar su primera cacería.

Pepe iba manejando el destartalado Ford de mi tío Carlos; Uno de los diez coches de Zitácuaro, de copiloto: José Roberto; Yo, cuidando la retaguardia en el asiento de atrás; Arriba, sobre el techo, como un posmoderno vigía, José Luis con un faro para alumbrar cualquier fiero animal que se le ocurriera atravezarse.

Un grito del techo nos dió la primera alerta: "¡Los conejos! ¡Los conejos!¨José Roberto y yo, de prisa, sin perder un segundo, con una agilidad inigualable, en ese mismo momento, sacamos nuestros rifles, quitamos el seguro, cargamos el arma, uno queriendo ganarle al otro, apuntamos de alguna manera hacía donde la luz indicaba, ¡Fuego!. Estruendo, humo, desconcierto, olor a pólvora hasta los ojos, enfrenón de Pepe, José Luis yacía sobre el cofre. Polvo, tierra y más polvo.

¡Sordo! ¡Yo estaba sordo! Y de una manera muda, no se oyó el insulto: "¡Pendejo!" Que trataba de gritar Pepe "¡Pendejos!" Seguía tratando.

A mí y a José Roberto se nos había olvidado bajar las ventanas del coche antes de dispararle a los conejos, todos los vidrios estaban estrellados, y los tres ocupantes del auto absolutamente sordos. José Luis seguía apendejado en el cofre. Los conejos libres de cualquier peligro sólo reían, uno de ellos se mordía su propia oreja.

Haciendo un fuego para no asar ninguna preza, algunas cervezas fueron ejecutadas con unas balas sobrantes, cantamos a la Luna a todo pulmón, finalmente rendidos, sin que ningún ruido nos molestase, nos quedamos dormidos sobre la hierba.

El coche había quedado inservible, el tío Carlos se rehusaba a escuchar cualquier explicación encerrado en el cuarto principal de su hacienda ( su educación porfirista no tenía referencia para esta experiencia). Entre todos los cazadores hicimos un arreglo con el tío, le conseguiríamos un coche usado de la capital juntando todos nuestros ahorros. Lo que sobró del coche o sea el motor quedaba donado a la causa de Pinocho. Sería el primer motor Ford en la historia en volar...
Cuando menos la cacería había servido para algo, para hacer historia automovilística y aeronáutica al mismo tiempo.